Supervivencia de los humedales: ¿Lloramos o hacemos algo?
Fuente: El Mostrador
Stephen Hall y asociados, en la presentación de su trabajo ¿Se necesitan represas en la Patagonia?, realiza un análisis del futuro energético chileno y señala con bastante claridad: “Nuestra sociedad tiene la tarea común de hacer hoy los cambios, que permitan transitar hacia un futuro energético que se oriente hacia la sustentabilidad y la democracia, superando las trabas de mercados monopólicos que imponen su poder económico sobre territorios y el futuro de todos los chilenos”.
Y no se equivocaron. Hoy Chile es líder en energías renovables no convencionales, produciendo casi el doble de lo prometido por Hidroaysén, y solo requirió un trabajo mancomunado que dio como resultado la política energética 2050.
Sin embargo, Chile sigue con problemas ambientales de magnitud, como son la calidad de aire, contaminación de aguas e inseguridad hídrica, riesgos de catástrofes naturales y pérdidas de biodiversidad. Muchos de estos asociados a la ocupación de espacios no adecuados para vivir, ecosistemas muchas veces mitigadores de cada uno de los problemas ambientales señalados. Problemas que aumentarán su intensidad en un futuro cercano, debido a la presión e incertidumbre que ejerce el cambio climático.
Uno de estos espacios valiosos son los humedales, los que pueden estar asociados a las áreas de inundación de sistemas acuáticos como ríos o lagos, o que corresponden a depresiones donde el agua se acumula y permite el desarrollo de una vegetación adaptada a esta condición, y que la diferencia de la eminentemente terrestre.
Estas áreas son únicas en el desarrollo de hábitats para sustentar una elevada biodiversidad de flora y fauna. Concentran, purifican y liberan agua en periodos de sequía, la misma que acumulan durante eventos extremos de lluvia, protegiendo a la población humana de inundaciones. Además, capturan gases de efecto invernadero, y por lo tanto, purifican el aire que respiramos, una función que se multiplica cuando mantienen la vegetación arbórea nativa asociada, como ocurre con los “hualves” o “pitrantos”.
Podríamos seguir enumerando otros beneficios cuantificables, incluyendo también que ellos constituyen espacios culturales del saber y del sentir popular, a través de su uso para recreación, educación, ciencia o pequeñas producciones agrícolas controladas en los períodos en que baja el agua del humedal (como ocurre actualmente en San Pedro de la Paz). También a través de su aprovechamiento para el ganado, cuando son los únicos espacios verdes que generan hierbas, debido al agua subsuperficial que mantienen en épocas estivales (como aún ocurre en sectores del humedal Paicaví-Rocuant-Andalién).
Desafortunadamente estos espacios van en franco retroceso debido a la ocupación intensiva y la poca claridad de los aspectos legales que los protejan. Si bien actualmente hay algunas iniciativas en discusión en el Congreso Nacional, no hay certeza de su aprobación y tampoco abordan el problema en todas sus aristas. El proyecto más avanzado, por ejemplo, sólo se aplicaría a proteger humedales urbanos.
Por lo mismo, necesitamos una buena planificación del territorio, una gestión integrada de cuencas, castigar los delitos ambientales y autoridades con potestades fuertes, además de una sociedad comprometida con estos ecosistemas y la defensa del agua como bien común. La Constitución y el Código de Aguas no asumen la importancia de estos ecosistemas. Peor aún, perversamente hoy existen incentivos económicos del Estado para dragar humedales a favor de la agricultura, haciendo “vista gorda” cuando son rellenados o contaminados.
Por lo mismo, es ingenuo pensar que estas reformas, que ni siquiera sabemos cuándo se aprobarán, tengan la capacidad real de solucionar estos problemas. Debemos cambiar la forma de razonar y avanzar en políticas públicas coherentes, incluyendo las responsabilidades del Estado en sus gobernanzas nacionales y locales.
Así también debemos impedir el avance de privados, especialmente inmobiliarias expertas en rellenar y entubar las aguas. Lo mismo ocurre con proyectos del Estado, quien pese a ser el responsable de brindarnos una calidad de vida adecuada a través de un ambiente digno, es a la vez el mandante de diversos proyectos mal ejecutados, sin la orientación científica adecuada o que eluden aspectos formales de la evaluación y/o mitigación de impactos, a través de evaluaciones a cargo del mismo Estado.
Un ejemplo de ello es la autopista interportuaria, que desfavorece los flujos de aguas naturales hacia y desde la bahía, en el mismo sector, el ensanchamiento del sector terminal del río Andalién “para evitar inundaciones”, y que de paso ha eliminado meandros y ha aumentado los peraltes de áreas naturales de inundación.
De hecho, pareciera que los errores del pasado nada nos han enseñado, ya que seguimos desaprovechando las oportunidades de hacerlo mejor. Por ejemplo, el proyectado puente industrial que se proyecta sobre el río Biobío, en su conexión a la Ruta 160 pasará por una parte del humedal Los Batros, en San Pedro de la Paz.
Esto se haría “fuera del área protegida”, según han dicho las autoridades, pero “dentro del área de inundación” según lo demostrará el curso de agua, que sin duda alguna buscará nuevos espacios que inundar, con el consiguiente riesgo para la población que podría quedar bajo el agua, generando nuevos gastos para el Estado y sobre todo para la salud de las personas.
Con las cosas así, ¿lloramos o hacemos algo? Cada día estamos avanzando hacia una sociedad globalizada y empoderada en conocimiento, que tiene las herramientas para reconocer la importancia funcional que ofrecen los humedales y sistemas naturales en su conjunto. El saber tradicional es la ciencia del futuro.
Esta condición nos debe llevar a una visión de “sustentabilidad y democracia ambiental”, superando aspectos privativos hacia el bien común. Así, rellenar humedales para construir no es la única alternativa, como no lo era Hidroaysén desde el punto de vista energético.
Deteriorarlos tendrá un costo importante para todos. No es posible que mientras los países desarrollados avanzan hacia el rescate de estos espacios, creando humedales, recuperando riberas y áreas de inundación, el país siga con ideas retrógradas de rellenos y canalizaciones.
No es posible seguir pensando que el crecimiento económico es la base única de la sustentabilidad, ya que también se requiere equidad social, que se expresa en la calidad de vida que ofrecen los sistemas naturales bien conservados y los diversos beneficios que obtenemos de ellos, aun cuando algunos no quieran ver que estos están, literalmente en sus propias narices, cada vez que realizan el simple acto de respirar.